Después de siete años trabajando por agencia, Alan Pavón finalmente recibió la noticia que tanto esperó: quedó efectivo en la recolección. Lo cuenta con una mezcla de alivio, emoción y gratitud que todavía le tiembla en la voz. “Agradecido con Pablo, con Hugo, con Marcela Paricio —una gran referente para nosotros— y con el gremio, que siempre está. También con el cuerpo del legado, con Ariel Cimino y con Gustavo Almirón, que están con nosotros en todo”, dice, reconociendo a quienes acompañan día a día a los trabajadores de la “famosa recolección”.
Alan sabe mejor que nadie lo que significan estos siete años. Sabe del esfuerzo, de las madrugadas frías, del cansancio, de salir a la calle sin saber si algún día llegaría ese reconocimiento. “La verdad, con la situación del país lo veía muy difícil”, admite. En un contexto de despidos, suspensiones y familias enteras empujadas a la calle, quedar efectivo no es sólo una mejora laboral: es una bendición. “Hoy, gracias a Dios y a los delegados, estoy agradecido. Es una bendición para mí”.
La noticia le llegó en un día cualquiera, ahí mismo, en el trabajo. Pero nada fue común después de eso. “La familia se puso a llorar, fue una locura hermosa”, recuerda. Porque para las y los trabajadores, un empleo digno cambia la vida entera: la economía del hogar, la tranquilidad, el futuro. Y Alan no lo olvida: “En un país donde muchos pierden el trabajo, Camioneros sigue sosteniendo y efectivizando trabajadores”.
Alan también observa lo que sucede en la calle. Todos los días ve escenas que duelen: familias buscando comida en los tachos, personas durmiendo entre los contenedores, pibes revolviendo residuos para poder comer. “Hay hambre. Y nosotros que estamos acá, somos bendecidos por tener laburo. Por eso lo cuidamos”, reflexiona.
Ese día, además, fue especial por otro motivo: se homenajeó a los compañeros que lograron jubilarse después de décadas de lucha. Alan los mira con respeto y emoción. “Te dan ganas de seguir, de acompañar al gremio. Ellos lucharon mucho y dejaron todo por este sindicato”, dice orgulloso. Para él, esas historias son una enseñanza: cuidar el laburo, defenderlo y valorar lo que se construyó entre todos.
Habla también del lugar que la recolección ocupa hoy. “Antes nadie quería ser ‘basurero’. Hoy somos recolectores, choferes profesionales, trabajadores que mantenemos la ciudad limpia y en pie”, explica. Un oficio duro, de esos que no se frenan por nada: ni calor, ni frío, ni lluvia, ni pandemias.
Y cuando recuerda ese tiempo, su voz se quiebra un poco. “La pandemia nos marcó. No tuvimos ni un día en casa. Salimos desde el día cero. Vimos vecinos, familiares y amigos partir. Fue durísimo”. Pero también recuerda algo más: “El sindicato siempre nos cuidó. Nos dieron todo: barbijos, guantes, alcohol en gel. Nunca nos dejaron solos”.
Hoy, Alan celebra su efectividad, pero también su historia. Una historia de lucha silenciosa, de trabajo de verdad y de orgullo camionero. “Estamos contentos, agradecidos, y seguimos al pie del cañón”, dice, con esa firmeza que nace de saber de dónde viene y hacia dónde quiere ir.
