El boxeador argentino y barrendero de la empresa Ashira Martin & Martin, regresó tras ganar la semifinal del torneo internacional de boxeo en Arabia Saudita. Representó al gremio de camioneros y se convirtió en símbolo de esfuerzo y pertenencia. “Cada golpe fue por ellos”, dijo emocionado.
No todos los días un barrendero argentino pisa un ring en Arabia Saudita y se gana el respeto del mundo. Pero Kevin Ramírez no es un laburante cualquiera. Con guantes en las manos y la dignidad del que se levanta de madrugada para ganarse el pan, dejó el alma en la semifinal del torneo internacional de boxeo y volvió al país como lo que ya es para muchos: un campeón.
Ramírez, trabajador de la empresa Ashira Martin & Martin, se gana la vida barriendo las calles. Es de los que conocen el esfuerzo desde antes del amanecer. Pero también es de los que no se rinden, ni siquiera cuando el camino parece cuesta arriba. “Peleé por todos mis compañeros camioneros. Cada golpe fue por ellos”, dijo al bajar del avión en Ezeiza, con la voz quebrada y el alma llena.
Lo esperaban su familia, compañeros de trabajo, delegados del gremio, vecinos del barrio y otros laburantes que se vieron reflejados en él. “Es uno de los nuestros. Salió de abajo, se rompe el lomo todos los días y ahora nos hizo quedar en lo más alto”, decía uno de los presentes, con una mezcla de orgullo y emoción difícil de disimular.

En un contexto donde muchas veces el deporte se aleja de las raíces populares, lo de Kevin fue un recordatorio de lo esencial: el esfuerzo, la humildad, la identidad. Subió al ring no solo con entrenamiento, sino con historia. Con horas de trabajo físico real. Con el cuerpo curtido no solo por el gimnasio, sino por la calle, por el frío, por el trabajo invisible que sostiene a las ciudades.
“Este triunfo es del gremio, de mi familia y de todos los que me bancaron cuando nadie creía”. Ramírez no olvida de dónde viene, ni para quién pelea. Su pertenencia al gremio de camioneros no es solo un respaldo institucional: es un lazo genuino, construido desde abajo, desde la ruta, desde la calle.
En Arabia Saudita, su boxeo fue firme, técnico, combativo. Pero lo que más impactó fue su corazón. “Cuando uno sube al ring con una causa, no hay rival que te saque la fuerza”, afirmó. Y la suya era clara: representar a los que madrugan, a los que empujan, a los que muchas veces no salen en la foto, pero son el motor del país.
Kevin Ramírez ya no es solo un boxeador en ascenso. Es un símbolo. Su llegada al país no cierra una etapa: abre un nuevo capítulo, el de una final que lo espera, y el de una historia que ya inspira a miles.
Porque cuando un barrendero argentino gana en Arabia, no es solo una victoria deportiva: es una bandera que se alza en nombre de todos los que nunca bajan los brazos.