Hay gestos que no salen en las tapas de los diarios, pero que hablan con más claridad que cualquier discurso. Y hay momentos en que la solidaridad no es una consigna, sino una tarea concreta, compartida y urgente. Lo que sucedió en el Club Balcarce, en Remedios de Escalada, es un ejemplo de eso. Una olla popular, organizada por el delegado de Recolección Ariel Cimino y un grupo de compañeros, reunió a vecinos, familias, chicos y trabajadores en torno a un plato de comida caliente, pero también alrededor de algo mucho más grande: la convicción de que nadie se salva solo.
En tiempos donde la crisis golpea fuerte y el ajuste se siente cada vez más en la mesa de los que menos tienen, la respuesta no puede ser la indiferencia. Desde el gremio, y en particular desde la Rama de Recolección, la respuesta fue la organización. Porque cuando el Estado se retira, cuando las políticas públicas se achican y los derechos se recortan, ahí aparecen los que nunca se esconden: los trabajadores. Los mismos que levantan el país todos los días con su esfuerzo, también son los que dan un paso al frente cuando hay que poner el cuerpo por el otro.
No se trató de un acto aislado ni de una foto para la galería. Fue una acción pensada, colectiva, construida con compromiso y con humildad. Porque la olla popular no es solo comida: es presencia, es abrazo, es sostén. Es el mensaje silencioso pero firme de un gremio que no mira para otro lado, que no se olvida de su gente, que entiende que ser solidario no es caridad, sino una forma de militancia.

El Club Balcarce fue el lugar, pero podría haber sido cualquier barrio donde la necesidad se vuelve cotidiana. Y fue allí donde los compañeros de Camioneros demostraron, una vez más, que el sindicalismo también se construye en el territorio. Que la lucha no se limita a las paritarias ni a los lugares de trabajo. Que hay una dimensión social, humana, comunitaria, que define quiénes somos y cómo elegimos estar presentes.
Ariel Cimino, como delegado, llevó adelante la propuesta con el respaldo de su gente. Pero detrás de cada cucharón, de cada porción servida, de cada mirada agradecida, hubo un sindicato entero acompañando. Porque cuando decimos que somos una familia, no es una frase hecha. Es una manera de estar, de responder, de construir comunidad incluso en las situaciones más adversas.
Frente a un contexto que parece empujar a la fragmentación y al sálvese quien pueda, estos gestos sostienen lo más valioso que tiene el movimiento obrero: su vocación de unidad, de solidaridad, de lucha colectiva. Y eso no se negocia.