En el corazón de las sierras cordobesas, donde el aire se respira más limpio y los paisajes invitan al descanso, el Hotel 1° de Mayo de La Falda se convirtió, una vez más, en el refugio de alegría y compañerismo para más de 250 hijos e hijas de trabajadores camioneros. Fueron días de juegos, excursiones, abrazos y nuevos amigos. Pero también fueron días donde el compromiso y la entrega de muchas personas trabajaron en silencio, detrás de cada sonrisa, para hacer posible algo más grande que unas simples vacaciones: una experiencia de vida.
Juan Caruso, administrador del hotel, fue testigo directo de esa magia. Pero también de todo lo que hubo detrás. “Al finalizar este hermoso ciclo de vacaciones, quiero agradecer profundamente a nuestro Secretario General, Hugo Antonio Moyano, al compañero Héctor ‘Yoyo’ Maldonado, secretario de Turismo, y a la oficina de Turismo, con Estefanía Maldonado a la cabeza. Sin ellos, sin su compromiso y dedicación diaria, nada de esto habría sucedido”, dijo con gratitud en sus palabras, que más que un discurso, fueron un reconocimiento genuino al esfuerzo colectivo.
A lo largo de las semanas, los pasillos del hotel se llenaron de risas y voces infantiles, pero también de manos adultas que cuidaron cada detalle. Delegados del correo privado colaboraron en la llegada de los micros, ayudaron con bolsos y recibieron a los grupos como si fueran propios. Nada quedó librado al azar. Cada momento fue pensado y coordinado con amor y responsabilidad.
Caruso no quiso dejar afuera a dos personas fundamentales: Juan Carlos Boliski, un histórico del gremio que acompañó con la sabiduría de los que llevan años sembrando compromiso, y José Bruno, coordinador general de los profesores, que junto a su equipo cuidó y contuvo a cada chico, como si fueran sus propios hijos. “El trabajo que hicieron fue excepcional. Estuvieron en cada detalle, cuidándolos, acompañándolos, velando por ellos de día y de noche”, expresó conmovido.
Pero la magia no se hizo sola. Cada rincón del hotel fue habitado por trabajadores que pusieron lo mejor de sí: el personal de cocina que pensó cada comida con cariño, los mozos y mozas que sirvieron con sonrisa, la recepción que fue el primer abrazo al llegar, las mucamas que cuidaron cada habitación como si fuera su hogar, y el personal de mantenimiento que se aseguró de que todo funcionara perfecto. Cada uno, desde su rol, fue parte fundamental de este engranaje humano y solidario.
Hubo también un agradecimiento muy especial para los padres y madres que acompañaron a sus hijos con discapacidad. “Gracias por confiar en nosotros, por formar parte activa de este equipo hermoso. Nos llena de orgullo que hayan sentido este lugar como una segunda casa”, dijo Caruso, con la emoción de quien sabe que está sembrando en terreno fértil.
Porque esto no fue solo un viaje. Fue una apuesta por la infancia, por la inclusión, por el derecho de los hijos de los trabajadores a tener una semana de alegría plena. En cada risa se escondía el esfuerzo silencioso de muchos. Y en cada recuerdo, quedará guardada esta experiencia como un tesoro.
“Este hotel es la casa de todos los camioneros. Los esperamos siempre con los brazos abiertos”, cerró Juan Caruso, con la certeza de que el verdadero valor de un viaje está en lo humano, en lo compartido, en el compromiso silencioso de los que hacen que todo eso suceda.
Porque cuando el trabajo se hace con el corazón, las vacaciones se transforman en recuerdos imborrables. Y en La Falda, este verano, hubo cientos de corazones latiendo al mismo tiempo por algo que valió la pena.